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El fin de la eternidad

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Tomo prestado el título de una obra de Isaac Asimov para dar una idea de lo que son las redes sociales para mí. En la novela, para viajar en el tiempo se cogía una especie de ascensor en el que si mirabas hacia arriba o abajo sólo se veía una especie de niebla que desdibujaba lo que había más allá. Por supuesto, lo que había era el tiempo al que avanzabas o retrocedías, por si había algo que cambiar. Muy sutilmente siempre, eso sí.

Pues bien, hoy en nuestras vidas nos movemos por el devenir del ‘timeline’ de Facebook o Twitter como si de ese ascensor se tratara, y si le dedicamos el tiempo suficiente, vemos que al poco que te des cuenta lees una noticia ¡de antesdeayer!. Eso hoy en día es casi como un pasado lejano, en este caso inmutable, desechado por inútil y petrificado para siempre entre las brumas de la caducidad.

Hay algo que tienen las redes sociales que se nos escapa de las manos y tiene difícil solución, ya que no deja de estar acorde al signo de los tiempos (y el espacio) en el que pasamos nuestras vidas. No es otra cosa que ese consumo de información instantánea, al margen de su importancia, que nos puede afectar en mayor o menor medida, mientras estamos en el bus o tomamos un café. Pero este hecho se pierde en ese abismo por el bombardeo continuo de partículas de los siguientes mensajes, opiniones, chistes malos o frases más o menos transcendentes con puesta de sol. La información, como los amigos, hay que saber escogerlos en el mundo digital; es más, hay que tener mucho más cuidado.

Pero por supuesto, también está todo lo bueno que tiene toda esta revolución en la que algunas veces vamos a la grupa, pero en otras somos quienes llevamos las riendas. Basta comprobar como en países de dudosa democracia se restringen, o directamente se prohíben, las redes sociales al ver el potencial que tienen. La primavera árabe hubiera sido más difícil de llevarse a cabo sin los mensajes multitudinarios de convocatoria, de lemas y de aliento que llenaban la Plaza Tahir de El Cairo o las calles de Túnez. Además de la capacidad de decidir, ahora también tenemos el vertiginoso poder de decir lo que pensamos sobre algo y que transcienda más allá del umbral de nuestra casa.

Por eso, aparentemente, más que el fin de la eternidad parecería el principio de ella. De nosotros depende que usemos todas estas herramientas de forma racional y como un bien social, tan necesario en esta sinrazón en la que se ha convertido cualquier día tomado al azar, y todos y cada uno de ellos. Que no sean solo el entretenimiento mientras esperamos el autobús. Si sólo eres espectador, será otro quien escriba lo que tú piensas, o, lo que sería aún peor, escribiría únicamente el que pensara todo lo contrario.

José Antonio G. Álvarez

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