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Regreso al Futuro

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Intento recordar si en la década de los setenta se soñaba más que ahora. Seguro que con otra intensidad, me atrevo a decir que más idealizada. Lo cierto es que no puedo separar aquellos años sin el trasfondo de la música de Pink Floyd, y las ideas de libertad que más o menos solapadamente toda una generación reivindicaba; la política mundial también parecía más arriesgada que ahora y los que se dedicaban a inventar, entretanto, o eran ridículos o en un gran porcentaje, ingenuos.

He desempolvado del trastero un libro de aquellos tiempos, con el rotundo título de FUTURO (que le vamos a hacer: así era el Círculo de Lectores, que no te daba gato por liebre), y en sus páginas se profetizaban cosas que para mis ojos de entonces era como el reino de las maravillas, sin sospechar ni remotamente que mucho de lo que ahí estaba plasmado era un planteamiento tomado realmente en serio o un proyecto que a la larga iba contra la naturaleza y, por lo tanto, contra el hombre. El tiempo le ha dado la razón a los textos que hablaban de demografía y toda clase de catástrofes, y causa una sonrisa -amarga a veces- en el resto de contenidos; te sugería a todo color el tamaño de algunos electrodomésticos o la casa donde viviríamos, pero no llegó a olerse la revolución tecnológica a raíz de un internet que ni cita ni barrunta. Lo que más se acerca es con la idea de que se recibiría el periódico en casa a través de un dispositivo. Ahí queda todo respecto a la comunicación; eso sí, le dedica dos páginas a granjas submarinas y ocho a megalópolis.

De todas formas, visto desde los años, me sigue pareciendo más útil este libro que cualquier radiocasete Königer con lucecitas que tan bien promocionaba la revista del club, sobre todo para darnos cuenta de hacia donde se encaminan nuestros pasos reales en comparación con lo que soñamos entonces, y si es cierto que seguimos siendo tan ingenuos como hace cuarenta años, pensando que el devenir está lleno de algo parecido a la magia. Me temo que lo que se deduce es que la sociedad es cambiante, y hemos pasado de aspirar al televisor de pulsera al de 47 pulgadas, de querer recibir el periódico ¿directamente al lado del wc, entre el rollo y la escobilla? a poder acceder a él desde cualquier parte.

El futuro. Teóricamente se puede viajar, pero insisto, prefiero ese viejo libro, porque es de una época en la que quiero creer que se soñaba más que ahora. En cambio prefiero mi lector de cedés actual, para poder viajar, en un espectacular estéreo, a la cara oculta de la Luna.

 

José Antonio G. Álvarez
Dpto. de Diseño

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